por Craig
Chalquist
Traducción de Cheryl Harleston
Regresar a Rincón de Sabiduría
Siendo un hombre que ha intentado aprender tanto del pensamiento feminista como de la sabiduría personal de amigas feministas, a menudo me he sentido disuadido por los innumerables clichés. Los opresores chauvinistas. Las jerarquías de poder. El psique masculino guerrero. La era dorada pre-moderna de sacerdotisas y diosas. El hombre que " sólo quiere una cosa". El marido que "ayuda" en la casa, que mantiene el control de la cuenta de cheques, que quiere a su mujer fuera de la escuela y dedicada sólo al hogar. En pocas palabras, el que no es hombre sino un niño que finge ser hombre —y sobre cuya cabeza vacía las mujeres enojadas han amontonado la suma de toda la rabia, traición y desilusión reprimidas, sentidas por todas las de su género desde los tiempos de Eva. El hecho que la gran mayoría de los hombres que veo en terapia de grupos de hombres y de parejas en efecto SON tales niños y por lo tanto blancos legítimos de tal rabia, no altera la verdadera naturaleza atrás de inculpar a otro ser humano por la propia pérdida de poder y sensación de obstrucción: el quejarse. Demasiada literatura feminista reciente —o la que pretende serlo— resuena con tales plañidos, la perpetua lamentación de la víctima crónica, y ya estoy harto de oírla. De ahí la importancia de los escritos que ennoblecen a la mujer en lugar de degradarla y convertirla en mártir impotente en un mundo dominado por los hombres. El don del punto de vista de Lara Owen es que embellece y simboliza precisamente el ciclo femenino que más comúnmente es visto por los hombres inmaduros y las mujeres influenciadas por ellos como un horror demasiado aterrador para ser siquiera discutido: la menstruación. En muchas culturas
y épocas, el psique primario respondía a la sangre como
una maravillosa metáfora de potencia, vitalidad, fuerza vital,
élan vital, gracia líquida, fuego fluyente, espíritu
fluido. Los rituales de sangre permitían una comunión tangible
con las fuerzas más profundas de la vida, una incorporación
personal o tribal del alimento espiritual. Pero cuando nosotros los occidentales
separamos el psique-espíritu del cuerpo, una tendencia que ya era
evidente en el tiempo de Platón y que fue ampliada por el famoso
pensamiento patriarcal, empeoró por las formas autoritarias del
Cristianismo y fue confirmada por Descartes, Hobbes y el resultante materialismo
científico, para el cual nada era real si no podía ser medido,
y perdimos nuestra capacidad del tipo de reverencia del cuerpo que nos
"aterriza" y que está ligada con la capacidad de pensar por medio
de la intuición y el mito. En esta comunión, quizás un antiguo paralelismo femenino con "Bebedla toda, pues ésta es mi sangre", los hombres —cuya admiración hacia los poderes místicos de la femineidad y la maternidad se convierte con tanta facilidad en una compensación temerosa y exagerada a través de contra-creaciones como la mano de obra, las armas y la jerarquía— podrían aprender a mantenerse cerca como compañeros respetuosos y sensibles. Pero el misterio interior del ciclo sagrado del nacimiento y la sangre pertenece únicamente a cada una de las mujeres. |
Regresar a Rincón de Sabiduría